12/9/08

Un largo viaje de diez minutos

Bajo la influencia de un humo mágico me encontraba aquella noche. El preciado humo que nos transporta a lugares totalmente diversos y distantes en tan solo unos escasos segundos. En aquella ocasión, mi amigo el humo me sumió en un estupor indescriptible, solo me acosté en el suelo de la habitación y quede tendido durante lo que a mi me parecieron horas.
Al tiempo de estar desparramado en el suelo, una mujer, de la que sólo recuerdo su esbelta silueta, me cerró los ojos con sus suaves dedos. Me tomó de la mano y me elevó en el aire con la facilidad del viento elevando una pluma solitaria. Con un destino incierto para mi, comenzamos a volar muy alto, tan alto que volábamos por encima de las nubes.
Luego de un inexplicablemente corto viaje, el descenso se hizo presente. En un momento estábamos sobre la bóveda de un bosque de pinos. Los pinos estaban totalmente cubiertos de nieve, y a pesar de que en el ambiente hacia un frío que calaba los huesos, yo no sentía su gélido abrazo.
Desde nuestra elevada posición se podía observar todo el ártico páramo: por la izquierda se vislumbraba una grieta en el suelo nevado, de una profundidad insondable. Por la derecha, era posible otear una planicie inmensa que se perdía en el horizonte. Al frente, yacía un enorme lago, cuya costa más alejada estaba coronada por una formación montañosa. Abajo y hacia atrás, como ya dije, se levantaba el bosque de pinos, siempre firme, siempre ahí, como guardando la entrada al lago. El pálido sol proyectaba un leve fulgor sobre las ondulaciones del agua y los montículos nevados, creando una luminosidad totalmente extraña y llamativa.
Me encontraba disfrutando de la vista cuando mi guía me indico que mirara al norte. Cuando lo hice quedé perplejo y no pude más que admirar lo que tenía ante mis ojos. Una inmensa aurora había comenzado su baile cósmico sobre el paisaje. Sus colores eran de una indescriptible belleza, colores que jamás en mi vida había contemplado. Sus hipnóticos movimientos encerraban un seductor encanto que no me dejaba despegar mis ojos de la aurora. Su radiante hermosura me bañó con su colorida luz y me sentí lleno de una apacible calma.
Cuando mi acompañante supo que ya me encontraba satisfecho, me tomo nuevamente de la mano y lentamente comenzamos a bajar en dirección al lago. Con una total suavidad tocamos la superficie de éste con la punta de nuestros pies. Para mi asombro, el agua estaba cálida a pesar del helado entorno. Nos hundimos hasta llegar a las rodillas, fue ahí cuando ella me soltó y lentamente comencé a fundirme con el agua del lago. No fue temor lo que sentí, si no entusiasmo y hasta alegría por lo que estaba sucediendo. La sensación me producía un cosquilleo en el lugar en que mi cuerpo tocaba el agua y se fundía con ésta. Cuando estuve totalmente fusionado con el agua, pude sentir todas y cada una de mis partículas jugando con el agua. Toda la fuerza vital del lago y del lugar se puso en contacto con mi esencia y me lleno de una paz y una tranquilidad que nunca antes había sentido.
Así estuve en contacto con la naturaleza, probando la misma esencia de la fuente de la vida, cuando de repente comencé a materializarme nuevamente. Lleno de la vitalidad del lago, volví a mi tangible forma corporal. Mi dama estaba esperándome flotando sobre el lago. Cuando salí totalmente del agua, una vez más tomó mi mano y emprendimos el viaje de vuelta. Atrás quedaron mi lago, atrás mi aurora, atrás mi bosque… Repentinamente todo se comprimió en un minúsculo punto y todo se volvió oscuridad. Comprendí que debía abrir mis ojos.
Al abrirlos descubrí que me encontraba de regreso en la habitación que había dejado hacía tanto tiempo atrás. Al mirar a mi alrededor vi a mis amigos, intente levantarme pero el cuerpo me pesaba una tonelada. Fue necesario juntar hasta la última gota de voluntad de hasta la más pequeña fibra de mi cuerpo para lograrlo. Luego de una larga lucha de voluntades en mi interior, finalmente pude incorporarme, mis amigos estaban cada uno en un lugar diferente, cada uno en el mundo que nuestro humo les había regalado. A pesar de haber pasado meses, quizás años, ellos estaban igual que cuando los dejé. Miré el reloj, y con un enorme asombro descubrí que sólo habían transcurrido diez minutos desde el comienzo de mi largo, mi largísimo viaje.

2 comentarios:

Deem dijo...

Wooow... Sacando el "detalle" del humo, quiero un viaje de esos -_- Que paz...

Frank dijo...

Querida mía... Es casi imposible disfrutar de un viaje de estas sin el "detalle" del humo.

Besos.