Infeliz Navidad Finale

Lo observé un momento. Sus movimientos eran torpes, se movía con dificultad. Aún así, era evidente que gozaba de una fuerza bruta descomunal. Al cabo de unos minutos me levanté y me acerqué con paso firme a la puerta del Taller. La abrí de par en par y entré empuñando el Galil. La cara de asombro de Papá Noel fue indescriptible. Quiso hablar pero lo callé en seguida.

Frank – Silencio! Dos posibilidades: o me das el 50% de las ganancias de la cocaína que escondés en los juguetes y a partir de ahora respondés a mí y solo a mí... o te reviento las rodillas a tiros y te dejo que te desangres acá tirado. No creo que los duendes te ayuden, así que... decidí
Papá Noel – Hohoho! En serio creés que va a ser así de fácil? Conejo de Pascuas!!!
Frank – Qué caraj...?

En ese momento un conejo de pascuas descomunal entró en el recinto. Medía dos metros y medio de alto y su musculatura parecía de acero debajo de su grueso pelaje. El conejo arremetió con toda su furia, apenas pude escapar del ataque. Él se estrelló contra una mesa destrozándola al instante. Una nube de cocaína se levantó y penetró en los pulmones del conejo. Con horror descubrí que su mirada se perdía al mismo tiempo que su rostro se desfiguraba en una expresión que jamás había contemplado. No había otro camino de salida. Cuando el conejo se levantó y me miró con los ojos inyectados de rabia disparé el Galil… Un cargador entero y la bestia seguía en pie. Papá Noel reía a carcajadas. Recargué el rifle y volví a disparar contra el descomunal conejo; esta vez con su cabeza en la mira. Cuando el humo del cañón se dispersó y la pequeña nubecilla de sangre terminó de caer, vi que el conejo había quedado despojado de cabeza. Suspiré. La carcajada de Papá Noel se truncó de inmediato. Lo miré fijo.

Frank – Ya ves que no es fácil pararme cuando me pongo un objetivo…
Papá Noel – Nunca te voy a dar la mitad de mis ganancias!!
Frank – Ya decidiste, macho…

Me acerqué a toda velocidad. El mórbido cuerpo rojo y blanco del gordo intentó moverse rápidamente, pero su peso no era capaz de escapar de mis piernas. Cuando estuve a la distancia adecuada, un culatazo del rifle en las rodillas lo desplomó en el suelo. Giró sobre su espalda y con el miedo impreso en los ojos miró directamente la boca del cañón del Galil. Comenzó a balbucear algo, no lo escuché. Me alejé un poco y él empezó a incorporarse diciendo que yo era débil, que no podía hacer lo que me proponía. Di media vuelta y dispare el Galil. Sus piernas quedaron totalmente destrozadas. El asqueroso gordo chillaba como un cerdo en el suelo. Los duendes contemplaban maravillados. Me dirigí al que parecía el encargado.

Frank – Es todo suyo. Hagan lo que quieran.

La sonrisa sádica que se dibujó en el rostro del duende me dijo lo que iba a suceder. Salí del Taller de Ilusiones arrastrando el Galil. Encendí un cigarrillo. Me senté en una pila de leños. Mientras fumaba, mi mente comenzó a trabajar.

Frank – Todavía quedan los Reyes Magos…